A toro pasado, o a Cristo Resucitado… ¿Habrán temas que ya
pertenecerán a los archivos personales de cada uno, y al general de
todos, en cuanto a Cuaresma y Semana Santa se refiere?
Aunque
no se le de mayor importancia a los “pregones menores” (permitid que
así denomine al que no es el oficial de la Semana Santa), porque se
consideren actos más particulares o más centrados en alguna agrupación
dentro del mundo cofrade (cargadores, juventud…), no es menos cierto que
su dificultad sigue siendo mayúscula. Porque es sencillo apocar a quien
pregona.
Sí, sí… Es
facilísimo. Y en su misión dentro de la principal, que es darle voz a
lo que se exalta, entra en darle también emoción, estremecimiento,
fuerza para que las palabras no sean sonidos que oímos con alguna rima o
con algún detalle sonoro que, en alguna ocasión, nos provoque
sobresalto en nuestra silla.
¡Qué
admiración! Qué envidia de la capacidad de solventar la situación, de
hilar momentos, de tejer esa toca de sobremanto que reúna la admiración y
logre que no se pierda detalle de cada trazado hecho verbo. Quien
pregona tiene la facultad de conjugar en una perfecta simbiosis letras y
voz… No le bajéis el telón, dejad que de su garganta y su corazón fluya la vida en las palabras de un trabajo hecho con fervor.
¡Qué
celos de oír auténticas nanas al Señor en una cruz dormido! ¡Qué
embelesamiento cuando dicen que Cristo abraza su cruz, como si ese
abrazo fuera el alivio siendo, como es, el tormento! ¡Qué
satisfacción oírlo nombrar a tu Virgen, a tu Cristo, a las fuentes de tu
devoción! ¡Qué honor saberte su amigo y conocer de primera mano que lo
que dice está escrito con pasión!
¿Quién
exalta al pregonero? ¿Porqué no? ¿No se merece el dorador de palabras,
el tallista del verso, el orfebre del texto, palabras de admiración?
Pero que no se queden en el aire, que en el aire las palabras son lo que
son y el viento es antojadizo y lo mismo se las lleva y las que se
llevé se llevó.
De
sus hojas en blanco, ya sea en papel o en la pantalla de un ordenador,
deben salir las pinceladas de cuadros que son colección, las puntadas
laboriosas de un manto de oración, las flores preciosas que le den
fragancia a las letras que adornen el paso de su proclamación.
No se pueden quedar en el olvido las palabras que se buscan
con tanto amor. No puede quedarse un pregón en noticias de un día, de
dos o de tres…
El
pregón de la juventud cofrade es la esencia misma de esa semilla. El
pregón de cargador no es vanidad, es el reconocimiento al trabajo del
sudor que nos emociona bajo las andas. La exaltación a la mantilla es la
tradición. El pregón de la Semana Santa es, sin duda, la Semana de
Pasión.
¡Que no! ¡Que
no se puede quedar en el vacío de los recuerdos un pregón! Como no se
queda en ese espacio muerto ni las fotografías, ni los videos, ni los
itinerarios que se hacen de esa Semana Mayor. Que todo forma parte de lo
mismo y las palabras del portavoz son la esencia de aquello que se
anhela ver cada año en sólo siete días.
Después
el pregón de las Glorias, que es la Gloria de cualquier pregón. ¿Quién
no mira al techo de un palio y ve con admiración el reflejo de donde
procede una advocación? Salus Infirmorum, Trinidad de un solo Dios,
Esperanza nuestra, Auxiliadora de nuestros pecados…¡La Gloria! Ahí nace
el otro pregón.
El
pregón donde no hay cruz para la muerte, sino de la salvación; donde
María no llora, sino que lleva al Niño Dios. El pregón de la Señora del
Rocío, de la Pastora o de los Ángeles… Un pregón para el padre del Niño
que cada primero de mayo y cada festividad del Cuerpo de Dios, sale con
Su Hijo en hombros por las calles de esta Isla de León.
¿Y
te vas a olvidar del pregón? Un pregón no son palabras, un pregón es
devoción, como la misma que nos remueve cada año cuando desde las
puertas de La Salle esperamos la llegada del Domingo de Ramos.